Cartagena es un rumor de sensaciones

Cartagena no es un nombre de ciudad.
No es un nombre de imperio,

de puerto de piratas o refugiados.

No es un nombre de mujer, ni de estatua,

templo dedicado a dioses extinguidos,

ni de perla del Caribe.

Cartagena no es nombre,

no es palabra,

no es mundo concreto, palpable.

No es grito de guerra,

llanto o música alegre.

No es nada que pueda ser descrito 

mediante objetos.

 Y sin embargo, Cartagena lo es todo.

Es tormenta de colores,

trueno de un huracán en la primavera de Vivaldi,

salitre pegado en mi piel.

Cartagena es el ritmo cambiante del latido de mi corazón,

son aplausos resonando en los muros de la historia.

Cartagena debería ser nombre de amor de verano,

de tornado de flores de cerezo,

de descubrimientos bajo las hojas secas en noviembre,

de ángel de nieve.

Cartagena podría ser tan seria como un juego de niños,

o un chiste, cual Congreso de Diputados (aunque más limpia, por supuesto).

Eso sí, siempre será puesta de sol frente al mar,

con la única compañía del rumor de las olas.

 Cartagena no es un nombre de ciudad.

Una ciudad vacía no podría albergar todo lo que ella, Cartagena, significa.

¿Por qué no llamar a una estación del año Cartagena?
Araitz Peña

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